Ni hao, a partir de esta semana y en este blog los lunes hablaremos de libros. Así que hoy empezamos con un título que me leí del tirón el pasado mes de julio (en edición booket unas 415 páginas).
La segunda revolución china (Eugenio Bregolat, 2007, Ed Destino) , es un libro que explica a la perfección el devenir de este país a lo largo de los últimos 25 años, en clave economica, política y social.
Con la perspectiva que le da haber sido embajador de España en en China dos etapas distintas entre 1987 y 2003, Eugenio Bregolat ofrece en este libro una profunda y accesible explicación de esta segunda revolución china, que ha encarrilado el país y lo ha colocado en la vía de la supremacía mundial.
El libro compara las reformas china y rusa, analiza los sucesos de Tiananmen de 1989 y apunta el futuro de China a medio plazo, incluida la evolución interna de su sistema político.
La obra subraya el protagonismo de Deng Xiaoping, considerado el inventor e impulsor de la nueva China y cuya política se resume con el viejo refrán Da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones.
Y aqui os dejo con un estracto sobre la importancia de Deng Xiaoping en esta revolución :
1. Deng Xiaoping y la modernización de China
Durante muchos siglos China fue la vanguardia de la civilización y el país más rico del mundo. Ya en el siglo XIII, Marco Polo describió el esplendor del Cambaluc (el Beijing actual) de Kubilai Kan, a quien consideraba "el hombre más poderoso en tierras, huestes y tesoros que jamás haya existido, desde Ada´n hasta nuestros días". A fines del siglo XVIII lord McCartney, embajador de Jorge III de Inglaterra, visitó Beijing y estimó que las rentas del emperador de China equivalían a dos tercios de las rentas de Gran Bretaña y que las de China las cuadruplicaban. Au´n en 1820, bien entrada la Revolución Industrial y avanzada ya la decadencia de la China Qing, el PIB de China suponía el 28,7% del PIB global.
A partir del último tercio del siglo XVIII la Revolución Industrial, iniciada en Inglaterra, marcó la pauta de la historia universal. Su recepción, o la ausencia de ella, determinaron desde entonces el poder de las naciones. El Japón Meiji se abrió al mundo exterior e inició su industrialización a mediados del siglo xix. China, convencida de su superioridad y encerrada en la contemplación de sus glorias pasadas, comprendió tardíamente el fenómeno y quedó descolgada del grupo de países avanzados. Una anécdota ilustra gráficamente esa actitud: en 1873, el emperador Qianlong aceptó los centenares de cajas de instrumentos científicos que le entregó McCartney como regalo de Jorge III, pero proclamó que China era autosuficiente; no necesitaba nada y ni siquiera quería comerciar con otros países, a los que se abrían únicamente dos puertos en el extremo sur del país. No siempre había sido así: en siglos remotos la Ruta de la Seda da testimonio de una China abierta al contacto con el extranjero y al intercambio comercial. No obstante, China no utilizo´ sus inventos -como la pólvora, la brújula o la navegación transoceánica- para someter a otros países. Por el contrario, construyó la Gran Muralla, de 4.000 kilómetros de longitud, para aislarse de los "bárbaros".
Perdido el tren de la Revolución Industrial, China quedó convertida en un país "periférico", al igual que Rusia o España, entre otros. Los ingleses consiguieron, finalmente, por las malas lo que no habían podido conseguir por las buenas: abrir el Imperio chino al comercio internacional. El tratado de Nanking (1842) abrió cinco puertos al comercio internacional, establecie´ndose el régimen de "concesiones", por el que China perdía de hecho su soberanía sobre parte de su territorio. La situacio´n semicolonial resultante supuso una amarga humillación. La imagen de los barcos de madera chinos hundidos por los navíos de acero ingleses en la Primera Guerra del Opio (1840-1842) refleja el atraso tecnológico de China respecto a los países industriales así como su despertar trauma´tico a la modernidad. La historia China ha sido desde entonces una serie de intentos para conseguir la modernización, recuperando el tiempo perdido.
El primero de estos intentos se produjo en las últimas décadas del siglo xix. Como en todos los países "periféricos", las fuerzas apegadas a la tradición y opuestas al progreso fueron el principal escollo para quienes intentaban modernizar el país. Ni Li Hungchang, el principal representante de los intentos de modernización en ese momento, ni sus seguidores consiguieron, siquiera, introducir la ciencia y la tecnología como asignatura, junto a los textos cla´sicos, en lo exámenes imperiales. La emperatriz viuda Cixi nunca les dio su apoyo.
La dinastía Qing murió de inanición en 1911. En su lugar se proclamó una República burguesa, cuya principal personalidad fue Sun Yatsen, el fundador del Guomingtang, instalado como presidente provisional en Nanking. Nacionalista, modernizador, conocedor del mundo exterior, Sun Yatsen es reivindicado por el Partido Comunista de China (PCCh) como uno de sus precursores. Muerto en 1925, le sucedió Chiang Kaishek. El Gobierno del Guomingtang, que se prolongó hasta 1949, ocupado en la lucha contra los señores de la guerra, contra los comunistas y contra los japoneses, fue incapaz de llevar a la práctica el ideario de Sun Yatsen y modernizar el país. Mao Zedong consiguió que China se convirtiera de nuevo en dueña de sus destinos y que los chinos recuperaran el orgullo de serlo. Pretendía alcanzar una sociedad igualitaria, basada en la propiedad colectiva, la vida en común y una forma de reparto muy primitiva. Aspiraba a forjar el "hombre nuevo" comunista, altruista y desinteresado. Su objetivo no era la riqueza de China ni el bienestar de sus habitantes. Parafraseando a Deng Xiaoping se puede decir que para Mao el gato tenía que ser rojo y no le importaba nada que cazara o no ratones. Su utopía revolucionaria condujo, perdido el contacto con la realidad, a los horrores del Gran Salto Adelante (1958) y de la Revolución Cultural (1966-1976, que se saldaron con más de 30 millones de muertos) y de los que China salió en un estado de postración económica extrema. La renta per cápita de China era en 1978 de 217 dólares y su PIB suponía sólo el 2,3% del PIB mundial. Sin la modernización económica la obra de liberación nacional quedaba a medio hacer, ya que China se vería de nuevo, antes o después, a merced de otras potencias.
Tras los intentos fallidos anteriores, Deng Xiaoping dio con la fórmula para la modernización de China con su estrategia de "reforma económica y apertura exterior", el andamiaje teórico que ha permitido la edificación de la economía de mercado y el extraordinario crecimiento económico de China.
En 1964, el primer ministro Zhou Enlai, que siempre intentó poner freno a la quimera revolucionaria de Mao, formuló la política de las "cuatro modernizaciones": de la agricultura, la industria, la ciencia y la tecnología, y la defensa. La reiteró en 1975, cuando la Revolución Cultural, totalmente desacreditada, llegaba a su fin. En diciembre de 1978, durante el decisivo tercer pleno del XI Comité Central del PCCh, que marcó un antes y un después en la historia de China, Deng lanzó "la política de reforma económica y apertura al exterior", que no era más que otra formulación de las "cuatro modernizaciones". Sólo que ahora cuando se estaba decantando ya a favor de Deng la lucha por la sucesión de Mao, la cosa iba en serio. "El objetivo central de todo el trabajo del Partido pasa a ser las "cuatro modernizaciones", nuestra nueva larga marcha" -proclamó Deng. La lucha de clases cedía la prioridad al desarrollo económico. Según la resolución del citado pleno del Comité Central, "la modernización socialista es una profunda y amplia revolución". Se iniciaba, en efecto, una nueva revolución, la de Deng Xiaoping, que había de rectificar en su esencia misma la de Mao Zedong -aunque decía basarse en los logros de ésta- y había de cambiar la faz de China en pocos años.
Deng Xiaoping había tenido una trayectoria conflictiva con el poder: purgado en 1966, al inicio de la Revolución Cultural, Mao evitó su expulsión del Partido. Uno de sus hijos, Deng Pufang, fue entonces arrojado por una ventana y quedó inválido. Rehabilitado en 1973, volvió a ser purgado en 1976, para regresar de forma definitiva al poder al año siguiente. Aunque Hua Guofeng, el sucesor de Mao Zedong, no acabó de abandonar los diversos puestos que ocupaba hasta 1981, Deng fue de hecho el número uno desde 1977, cuando contaba con 73 años de edad. Aunque la edad de acceso al poder de Deng pueda resultar extraña desde la perspectiva occidental, hay que tener en cuenta que China es un país de raíz confuciana, que siente gran respeto por la sabiduría y la experiencia de las personas de edad avanzada y por tanto, se considera normal una cosa así. En una entrevista con Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno, el 30 de abril de 1987, Deng, que tenía entonces 83 años, le dijo: "Qué joven es usted. Y qué jóvenes son el Rey y Felipe González. Tienen ustedes tiempo para todo".
Deng no derivaba su autoridad suprema de puestos formales, ya que no asumió la Secretaría General del Partido (que había detentado de 1956 a 1966), ni la Jefatura del Estado ni la del Gobierno. Sólo era, en 1978, miembro del Comité Permanente del Politburó, vicepresidente de las Comisiones Militares (del Partido y del Estado) y vicepresidente del Gobierno. En octubre del 87 abandonó el Politburó y en marzo del 88 su puesto en el Gobierno. Retuvo sólo la Presidencia de las Comisiones Militares, abandonándolas en noviembre del 89. Pese a ello, siguió siendo el número uno hasta su muerte, en febrero de 1997, a los 93 años de edad. Su autoridad derivaba del prestigio acumulado como miembro de la generación revolucionaria, de su participación en la Larga Marcha, del heroísmo demostrado en las guerras contra los japoneses y contra Chiang Kaishek, de haber ocupado puestos de la mayor relevancia en el Partido, el Estado y las Fuerzas Armadas, y de sus estrechas conexiones personales con los principales responsables de estas tres instituciones. Deng era respetado por sus pares, ante todo, por su sabiduría y su capacidad de convicción. Una vez la reforma hubo triunfado, de forma fulminante, en el campo, el apoyo popular a su política reforzó el liderazgo de Deng y desarmó a sus rivales más conservadores.
Su pensamiento político, base teórica del desarrollo económico de China y de los enormes cambios del país a partir de 1978, se fue modelando, a lo largo de su vida, por diversos factores. Un factor decisivo fueron sus estancias en el extranjero: en 1920, a los dieciséis años, viajó a Francia, donde permaneció cinco años, trabajando en distintos oficios y lugares, entre ellos la fábrica Renault en Billancourt, cerca de París. Coincidió allí con Zhou Enlai, que lo reclutó para el Partido Comunista en 1924. Luego pasó nueve meses en Moscú.
Estos datos son muy relevantes: mientras Mao nunca viajó al extranjero antes de llegar al poder y después sólo lo hizo en sus escasos viajes oficiales, la experiencia de Deng en el extranjero fue decisiva. Al conocer la economía de mercado, pudo comprender pronto que la economía planificada, importada de la URSS, y los experimentos maoístas, como el Gran Salto Adelante, no funcionaban. La economía de mercado sí era capaz de crear riqueza, asegurando el bienestar del pueblo. Esta noción acabaría pesando, para Deng, más que cualquier otra consideración.
De la experiencia de las concesiones extranjeras y de la ocupación japonesa derivó Deng la necesidad de un país fuerte y, por tanto, rico, para que nadie pudiera volver a humillarlo. El trauma causado por la sumisión al yugo de los países desarrollados, que ya tenía los precedentes de la dominación mongola (siglos XIII-XIV) y manchú (siglos XVII-XX), fue una de las fuentes básicas del pensamiento y la conducta de Deng y su generación. Había que evitar a toda costa que China volviera a verse sometida a otras potencias. En frase de Deng "para conseguir la verdadera independencia política uno debe primero salir de la pobreza".Éste sigue siendo uno de los ejes del pensamiento político de los sucesores de Deng Xiaoping. Para Jiang Zemin: "El atraso económico de un país lo reduce a la impotencia ante la manipulación ajena. La competición internacional hoy supone, en esencia, el enfrentamiento en términos de poderío nacional basado en los recursos económicos y científico-técnicos de cada nación". El nacionalismo fue siempre un componente esencial del comunismo chino. A menudo los dirigentes chinos toman prestada a Sun Yatsen la expresión "rejuvenecimiento de la nación china" como meta a la que aspiran. En un primer momento se creyó que el sistema de economía planificada era un atajo que permitiría alcanzar el desarrollo económico, a través del control "científico" de las variables económicas, de forma mucho más rápida que el sistema de economía de mercado capitalista. Pronto se vio que el sistema de planificación era incapaz de generar riqueza y de permitir a China acercarse a las naciones económicamente avanzadas.
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